domingo, 21 de junio de 2009

Tristes verdades de un Montonero


"Buenas tardes señoras y señores. En primer lugar quiero agradecer muy especialmente al Tata Yofre por concederme el honor de estar participando en esta mesa. Me imagino que me miran con curiosidad y desconfianza... ¡Es lógico! Días atrás, leyendo una crónica sobre Volver a Matar, el periodista caracteriza a los dos guerrilleros entrevistados como personas que hablan desde el arrepentimiento.

¡Pensar que alguien me encuadra en la figura de un arrepentido me causa pavor! Me imagino a una persona destruida, con un dedo enorme marcando a sus compañeros por la calle...
Me imagino el mismo dedo indicándole a sus captores quién de la lista debía morir y quién debía vivir...
Y me lo imagino, al inicio de la democracia, con ese mismo dedo, señalándole a los medios quiénes fueron los que le perdonaron la vida...

Asocio la imagen de un arrepentido más a la de un ingrato que a la de un traidor. La traición es circunstancial. La ingratitud es una de las peores mañas humanas. Por eso me veo obligado a aclarar que yo no soy un arrepentido. Yo no estuve cautivo. No sufrí apremios. No delaté a nadie. Y si hoy, por primera vez, aparezco en público o estoy aquí, en esta mesa frente a ustedes, es por convicción. Por pura convicción.

Al leer el libro de Yofre, se activaron los vericuetos de mi memoria. Memoria es una hermosa palabra manoseada hasta la degradación. Recordé a Dixis, la quinta donde fui detenido aquel 14 de febrero de 1973. Recordé algunos momentos, algunos rostros, algunas situaciones: los días inciertos de incomunicación e interrogatorios, la certidumbre de muchos años de cárcel. Y sobre todo la actitud del juez que se instaló a dormir en la misma dependencia en la que estábamos detenidos para garantizar nuestras vidas: estaba en manos de la Cámara Federal en lo Penal. Pasaron 36 años y recién, gracias a Volver a Matar comprendo el inmenso valor político de esa instancia constitucional, creada por un gobierno de facto. Era evidente, para todos, menos para nosotros, que el gobierno del general Alejandro Agustín Lanusse intentaba combatirnos con la ley en la mano, y eso abría una brecha democrática en el accionar de su gobierno. Pero nosotros no entendíamos nada de política real. La ideología se imponía al raciocinio y a la realidad. Eramos ciegos.

Bueno... Todos ya sabemos cómo continuó la historia. Este libro me conduce a la reflexión. Pienso que a muchos de ustedes también. Volver a matar es la obra de un historiador y no, como el Tata humildemente se denominó en un programa radial: un cronista.

En contraposición a las publicaciones de snobs contrafácticos que suelen pulular en los medios, éste es un libro científico. Cada palabra está respaldada por una meticulosa documentación. Es la obra, repito, de un investigador que sabe de estrategias. La riqueza de este libro va más allá de la rigurosidad histórica: abre nuevos caminos a la actualidad.

Y ahora reflexiono en voz alta: Queda claro a través de la documentación el importante rol de Cuba en el desarrollo y crecimiento de la guerrilla. Había y hay intereses que van más lejos de la simple solidaridad revolucionaria. Hablo de los intereses geoestratégicos que tenía el bloque soviético y de los cuales Cuba era su más fiel aliado en América.

Cabe determinar si la guerrilla operó por espontaneidad y rebeldía. De lo contrario, estamos frente a una libre interpretación jurídica: el accionar de la guerrilla dentro de los delitos de lesa humanidad, por responder a las órdenes o intereses de un Estado (extranjero).

Todos sabemos que las declaraciones del Tribunal de Roma son meras palabras, jurisprudencia para utilizar acorde a las necesidades e intereses del momento porque la guerra --en sí misma-- es un delito de lesa humanidad.

Y no hay tribunal en el mundo que pueda evitar una guerra. El antónimo de guerra es el vocablo política. La palabra paz es sólo un lindo momento que se goza entre la guerra y la política.

No nos hagamos más los pacifistas a conveniencia. Aquí hubo una guerra. Pese a lo que digan los vendedores de memoria. Y quienes lo niegan faltan a la verdad y ofenden la convicción y la valentía de quienes murieron en ambas trincheras. Negar la guerra, a la cual nos referíamos continuamente en nuestros documentos como `guerra revolucionaria, popular y prolongada', es hacernos quedar como niñitos estúpidos de un jardín de infantes. Es desmerecernos en provecho de algunos bolsillos.

Nosotros fuimos héroes en tiempos de guerra. Y en la otra trinchera también. Nadie debe apropiarse de la sangre y del dolor de los que escribieron la historia de los '70.

Alguien, no sabemos quién ni cuándo, abrió la Caja de Pandora y dejó encerrado el Código Penal. Fue el comienzo del fin. En una guerra, al fragor del combate, no hay tregua, piedad ni perdón porque está en juego la vida.

No me imagino a las tropas norteamericanas en Iraq ni a las soviéticas en Afganistán ni a los franceses en Argelia ni a los occidentales en los Balcanes con combatientes vestidos con plumas blancas, globos de colores y caramelos para los enemigos.

La guerra libera al depredador más grande del reino animal: al hombre. Y en los '70 el ser argentino mutó en fiera. Y pasó lo que pasó. Mucha muerte, dolor, exilio, cárcel.

Vino esta democracia como pudo y con lo que pudo e intentó poner paños fríos: aministía, indulto. Y comenzamos a caminar mirándonos de reojo, pero caminábamos. Lentamente nos acostumbrábamos los unos con los otros...

Y de pronto otra vez el hombre muta... ¡Pero no en la bestia guerrera! En un cretino, mediocre e insaciable que generó esta Argentina desprotegida. Esta Argentina sin justicia, sin Fuerzas Armadas, sin contrato social, sin salud, sin trabajo, sin educación... sin seguridad.

El libro del Tata me llevó a reflexionar que necesitamos una Argentina libre del pasado, sin mezquindades, sin recuento de los muertos, con un monumento único para los que cayeron y con un indulto amplio que nos permita la paz interna.

Porque aquí no hay salida: ¡o quedamos todos libres o vamos todos presos!

Muchas gracias".

Texto del Montonero Luis Labraña en la presentación de Volver a Matar, de Juan Yofre, exilado en Holanda entre 1977 y 1994.

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