Cuando uno viaja al exterior y puede apreciar como se vive en otras latitudes, sobre todo en países serios y ordenados, se tiene la sensación de paz, tranquilidad y a veces, de aburrimiento.
A casi nadie le preocupa a cuánto está el dólar/euro/libra o yen. No hay colas en los bancos. Se puede usar el celular adentro, sin que le caiga una persona de seguridad encima o le haga un tackle para obligarnos a apagar el aparatito.
Las calles están limpias. No hay mucho ruido en el tránsito, que circula sin problemas. Todo funciona o digámoslo de otra manera, los servicios públicos cumplen su función. Se puede programar las actividades laborales y personales con cierta anticipación.
Muy pocos se quedan después de hora. Si el contrato de trabajo dice que se termina a las 5 de la tarde, entonces a esa hora no queda nadie en la oficina y se puede disponer del tiempo para hacer otras cosas. El trabajo se hace porque hay productividad y no se pierde el tiempo.
Estas son las sociedades que funcionan. La educación, salud y seguridad están protegidas y aquellos que tienen cierta marginalidad, se encuentran contenidos de alguna manera. La ley se cumple a rajatabla. Los premios y castigos existen y se aplican.
¿Porqué nos podemos adaptar muy bien a este régimen de vida y sin embargo, en nuestro país somos un desastre como sociedad? Viendo los titulares de estos últimos días, dan ganas de llorar.
Me encontraba de viaje en el sur del país y no tuve tiempo de publicar ningún post. Todo lo que pueda subir con respecto a lo que sucedió en la mitad de la semana, ya es viejo y fue superado por alguna otra cosa peor. No hay respiro.
Por lo que he podido escuchar, la gente está cansada de los K. No los soportan. Existe una dualidad de sentimientos: por un lado, el deseo es que se vayan cuanto antes y por el otro, que termine el mandato para asegurarse que no vuelvan más. El problema es que en este caso, se asume que quedará la tierra arrasada. Será un pequeño sacrificio en beneficio de nuestro futuro.
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