Al modificar
su Carta Orgánica, Cristina Kirchner fijó al Banco Central un nuevo
cometido: "Preservar la estabilidad fiscal". ¿Quién podría oponerse?
Claro, si hubiera dicho "emitir moneda sin respaldo para financiar el
Tesoro", se hubiera advertido que la reforma era aberrante.
Con el Consejo de la Magistratura sucede algo parecido.
En su mensaje al Congreso, la Presidenta propone que los consejeros se
elijan con mecanismos "que expresen más fielmente la voluntad popular,
fuente de toda soberanía y legitimidad democráticas". Sólo un perverso
rechazaría la invitación. Ahora bien, si se recomendara "someter a los
jueces al control del partido mayoritario", se advertiría que Cristina
Kirchner no auspicia una mutación institucional más: intenta fundar una
nueva juridicidad. De eso se trata la reforma judicial del kirchnerismo.
La idea subyacente a esta remodelación es que los jueces constituyen
una rémora oligárquica dentro del Estado democrático. Su poder no
deriva del voto directo de la ciudadanía. Y, además, son seleccionados
entre graduados de las facultades más tradicionalistas del sistema
universitario. Que también ellos sean alcanzados por la onda igualitaria
que avanza sobre la vida pública desde hace más de dos siglos parece un
progreso objetivo.
Sin embargo, ese movimiento supondría la renuncia a una
conquista estratégica de la civilización occidental. Esa conquista es
la capacidad de cualquier ciudadano de oponer al poder una verdad.
En el núcleo de esta concepción hay un criterio: los
resultados electorales son reglas de validez, no criterios de verdad. Es
decir, quien gobierna lo hace porque tiene más votos, no porque tenga
la razón. Pueden existir mayorías equivocadas. Sobre este principio se
asientan el derecho a la crítica, corazón de la libertad de prensa, y la
independencia del Poder Judicial.
Para no caer bajo el imperio de una mayoría ocasional,
las sociedades abiertas ponen los derechos de las personas a resguardo
de la autoridad derivada del voto. Una de las estrategias para lograrlo
es confiar la interpretación de las leyes a una institución que esté
menos expuesta a las fluctuaciones electorales: el Poder Judicial. Para
esta visión, la naturaleza conservadora de la magistratura no es un
vicio. Es una virtud.
Decir que no existe otra legitimidad que la del voto
directo es decir que no hay otra voluntad respetable que la del líder
ungido por las urnas. Cristina Kirchner profesa este prejuicio. Sugiere a
los periodistas que la contradicen que armen un partido y se presenten
en las elecciones. Y a los jueces que le frustraron el famoso 7-D los
amenazó con asimilarlos a la Corte que convalidó el golpe del 30.
Cualquier contradicción al deseo del Poder Ejecutivo
conspira contra la democracia. Carlos Menem presumía lo mismo cuando
amplió la Corte para imponer una mayoría adicta. Rodolfo Barra, ideólogo
del desembarco, escribió en 1989 que ese tribunal debía alinearse con
las preferencias que el pueblo expresaba en los comicios.
Los proyectos que la Presidenta envió al Congreso son
vigas maestras de este nuevo orden. Pretenden que los ciudadanos se
allanen a la tiranía de una mayoría ocasional en cuyo nombre habla el
caudillo. Su primer dispositivo es la elección popular de los
representantes de los jueces, de los abogados y de los académicos del
Consejo.
En su artículo 114, la Constitución Nacional establece
que en ese instituto debe procurarse "el equilibrio entre la
representación de los órganos políticos resultantes de la elección
popular, de los jueces de todas las instancias y de los abogados de la
matrícula federal". Agrega que "será integrado, asimismo, por otras
personas del ámbito académico y científico". Es evidente que los
constituyentes distinguieron entre consejeros cuya legitimidad deriva de
las elecciones generales y consejeros elegidos por sus pares. Esa
discriminación quiso garantizar aquello con lo que el kirchnerismo
pretende arrasar: la autonomía del Consejo y, por lo tanto, de la
Justicia, respecto de las oscilaciones del electorado.
Como sostuvieron en 2006 Horacio Verbitsky y Andrea
Pochak, del CELS, "la legitimidad de los integrantes del Consejo está
dada por diversas fuentes. [?] La legitimidad no proviene únicamente del
voto popular". Cuatro años más tarde, el mismo Centro propuso que el
organismo se democratice eligiendo a magistrados, abogados y académicos
en comicios generales, con sistema D'Hont, pero sólo entre sus pares.
En cambio la Presidenta pretende que los jueces,
abogados y académicos que aspiren a ser consejeros se incorporen a las
listas de los partidos, que resultarán de una interna o del dedazo de un
jefe político. Preguntas: ¿qué método se aplicará en el Frente para la
Victoria para armar la boleta? ¿Esos consejeros representarán a sus
colegas o a su agrupación electoral? Como escribió ayer el abogado
Bernardo Saravia Frías, el proyecto del Gobierno "reemplaza la
independencia judicial por la dependencia partidaria".
La segunda modificación relevante es que para remover a
un magistrado ya no serán necesarios dos tercios de los consejeros.
Bastará con la mitad más uno. Durante la reforma de 2005, un senador
advirtió el riesgo al que quedaría sometida en ese caso la
autodeterminación de los jueces: "La ley ha fijado sabiamente el
criterio de dos tercios para la acusación de un magistrado y es,
precisamente, en garantía del juez. No cualquier hecho puede provocar la
acusación de un juez y su eventual destitución". Ese senador fue Miguel
Pichetto, que ahora defiende lo contrario: que los magistrados sepan,
cuando redactan un fallo, lo fácil que sería desplazarlos.
La limitación de las cautelares que suspendan
decisiones del Estado es la tercera dimensión decisiva de esta
revolución autoritaria. También aquí hacen su trabajo los reflejos
condicionados del lenguaje. Cristina Kirchner denuncia que las
cautelares benefician a "las corporaciones" que se rebelan contra las
decisiones de la democracia. Es decir, del Gobierno. Es decir, de ella.
¿Quién derramaría una lágrima por esas "corporaciones" malditas?
El problema es que en el año 2001, por ejemplo, "las
corporaciones" fueron los miles de ahorristas que consiguieron un amparo
en contra del "corralito". Y tres años antes, eran los sindicatos que
frenaron en la justicia laboral la flexibilización con que Menem trataba
de salvar la convertibilidad.
Si se tiene en cuenta la extravagante arbitrariedad con
que se administra la economía nacional, la limitación de las cautelares
significa la "morenización" total de los mercados. ¿Qué empresa
arriesgará una moneda en un país en el cual está vedado recurrir a los
tribunales para protegerse de una disposición inconstitucional del
Estado? Cristina Kirchner le está dando un mazazo final a la inversión.
El kirchnerismo protagoniza, otra vez, un festival de
contradicciones. Hace siete años, reducía a 13 los miembros del Consejo
porque "20 es una exageración". Ahora lo dejará en 19. Pero hasta 2015
serán 25.
Hace cinco meses reglamentó el per saltum para
agilizar las causas. Y ahora, que pretende limitar los casos que llegan
a la Corte, crea cámaras de casación para ralentizarlas.
Las desprolijidades se deben a que, como de costumbre,
esta reforma no obedece a un vector teleológico. No pretende construir a
partir de reglas generales un sistema judicial más aceptable. Fue
pensada para remover los obstáculos que encontró la Presidenta en su
avance sobre otras instituciones: los juzgados, el Banco Central, la
prensa. Ya se sabe: la creatividad del kirchnerismo sólo florece en
conflictos retroactivos. Otro vicio de esta iniciativa es la premura.
¿Por qué se está remodelando el Poder Judicial a libro cerrado?
Sencillo: el mayor límite de la Presidenta es el tiempo.
Tiempo para vencer en sus batallas obsesivas. Tiempo
para superar la barrera de 2015. Y, sobre todo, tiempo para cerrar las
causas judiciales que amenazan a sus funcionarios.
El Gobierno quiere que los consejeros se elijan en las
primarias. Especula con que en esos comicios presentará una lista
única, frente a rivales atomizados. Advertido de que esos opositores
podían unificar la boleta para el Consejo, ayer prohibió esa posibilidad
corrigiendo el artículo 3 del proyecto. Fue el único cambio tolerado
por la Casa Rosada.
La urgencia obliga a Cristina Kirchner a maniobras
impresentables. No resiste un debate abierto. La máscara de la
democratización, es decir, de una transferencia de poder a los
ciudadanos, esconde mal su avasallamiento a la Justicia.
La prepotencia institucional ha logrado despertar a la
oposición. La UCR y el FAP se niegan a participar de las reuniones de
comisión, ya que no hay debate. ¿No convendría democratizar el Congreso?
Ernesto Sanz habló de "totalitarismo". Los radicales coordinan con las
demás fuerzas una convocatoria a la movilización. Y Jorge Yoma, aliado a
Daniel Scioli, fisura el bloque oficialista negándose a una "iniciativa
mussoliniana".
La Presidenta ordenó que su reforma debe estar aprobada
el miércoles 17. El apuro puede ser una mala jugada. En las redes
sociales se estaba organizando un cacerolazo para el día siguiente.
Parece que ella se ha sumado a la convocatoria.
Carlos Pagni
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