Aliverti,
no crea que lo crucifican tres tipos con micrófono. Lo crucifica la
larga lista de argentinos por usted humillados desde su tradicional
soberbia, su ironía y su miserable estigmatización del que piensa
distinto.
Usted
es un exitoso profesional de los medios, Aliverti. Sabe perfectamente a
lo que se expone cuando habla o cuando escribe. Conoce como pocos los
mecanismos para decir lo que su audiencia quiere y espera oír. Y sabe
también que su palabra trasciende a los del propio palo.
Sabe, o debería saber, que también llega a los que luego de las marchas ciudadanas del 13S y 8N, usted calificó como tilinguería.
Esa masa abstracta,
según palabras de Horacio González que usted destaca, a la que se
preocupó de restarle cualquier tipo de entidad mínimamente atendible.
¿Recuerda cuando escribió: "Salieron
a marchar no por lo que le pasaría al país sino por lo que me pasa a mí
y a los míos o, aunque repique extremadamente antipático, por lo que
los medios me dicen que me pasa"?
¿O cuando desde su sitial de policía moral del pensamiento ajeno los etiquetó como "gente incapaz de tolerar que los de abajo hayan subido un poquito"?
¿No fue acaso usted mismo el que declaró: "Me
importa una infinita cantidad de carajos tener el más mínimo grado de
consenso con esta gente. Quiero tener con ellos una profunda división"?
Bueno, Aliverti, su cruz es recoger el desprecio de las víctimas de su soberbia.
A usted lo crucifican sus palabras. Lo crucifica haber elegido ser enemigo de muchos. Tal como afirmó cuando dijo: "Eso de que en una democracia no hay enemigos sino adversarios. Pues bien: uno ya está harto de estas boludeces monumentales".
Usted eligió ser enemigo de tanta gente, Aliverti, no fueron ellos.
Luego
de su comunicado inicial, usted debió callar. Era lo adecuado para que
no lo hostiguen algunos de sus colegas, a quienes su presunta
superioridad intelectual le impide, siquiera, reconocer como tales.
Esos a los que usted llamó "salames televisados, en rol de conductor".Nos preguntamos cómo se debería catalogar, entonces, al miserable que tituló “El hijo de Aliverti también es víctima. ¿Qué hacía el ciclista en Panamericana?” ¿Lo leyó, Aliverti? ¿Le pareció un canalla Gelblung? ¿Un salame, parte de la carroña, acaso.
Usted es un periodista político que milita para su causa. Siempre lo fue.
Su estilo no es confrontativo: es insultante.
Y
la política, desgraciadamente, salta siempre. Aún cuando algunas
desgraciadas situaciones personales requieren que no salte. ¿Y sabe qué,
Aliverti? No lo afirmamos nosotros, lo dijo usted. "Porque
cada vez que salta lo político —y no hay forma de que no salte, por un
lado o por otro y más temprano o más tarde—los choques son
irreconciliables"
Su
carrera no se interrumpirá por este suceso, Aliverti. Su pibe es un
hombre grande, usted y yo sabemos que dentro de unos años esto será
recordado como un mal trago, una pifiada de las más fuleras. Y nada más. Pero haría bien, por su pibe y por usted mismo, en callarse un poco.
Ya
que éste es, como dijo, el peor momento de su vida, amerita pues que
haga lo que nunca hizo, y deje de destilar odio cada vez que habla o
escribe.
Quédese musicardi y lama sus heridas en silencio; que mientras a usted, mediáticamente, lo crucifican, a Rodas le están llevando flores.
Fabián Ferrante
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