lunes, 6 de junio de 2011

Falleció Carlos Robacio, contraalmirante: 74 días en Malvinas


En la Argen­tina de la impu­ni­dad, la falta de valo­res y la extrema corrup­ción, falle­ció un héroe anó­nimo de una gue­rra de la cual él no tuvo culpa, sino que ofrendó sus ser­vi­cios de un mili­tar cuyo nom­bre guar­dará la his­to­ria en algún lugar que llegó a con­fe­sar: “Yo no soy ni bravo, ni valiente, ni nada por el estilo. Soy un hom­bre común. Tengo miedo cuando cruzo la calle. Pero en Mal­vi­nas no pude tener miedo”.

De la locura de la gue­rra de Mal­vi­nas no tie­nen culpa quie­nes par­ti­ci­pa­ron. Ellos son héroes no reco­no­ci­dos por una socie­dad que no los tiene en cuenta. Per­die­ron por­que no podía ganar frente a un adver­sa­rio por demás pode­roso pero cum­plie­ron con su deber.

Uno de ellos acaba de falle­cer, su nom­bre Car­los Roba­cio, marino con el grado de con­tral­mi­rante. Per­te­ne­ció a nues­tras ins­ti­tu­cio­nes mili­ta­res que mere­cen el mayor res­peto, por más que algu­nos inte­gran­tes como en todas las orga­ni­za­cio­nes hayan tras­pa­sado las fron­te­ras de los dere­chos que deben ser respetados.

Roba­cio es el típico argen­tino que, en silen­cio, hizo, tal como hacen y segui­rán haciendo la mayo­ría de sus ciu­da­da­nos, aque­llas tareas deva­lua­das en una socie­dad con los valo­res sub­ver­ti­dos, donde los igno­tos tra­ba­jan, estu­dian mien­tras los delin­cuen­tes sobre­sa­len impu­nes y hasta reco­no­ci­dos como los ‘pio­las’ de una pelí­cula equivocada.

El con­tra­al­mi­rante muerto relató sus días en Mal­vi­nas de la siguiente forma:

Tenía a mi mando 700 hom­bres del bata­llón, y alre­de­dor de 200 efec­ti­vos del Ejér­cito, con los que lucha­mos en el momento más crí­tico y más feroz del ata­que bri­tá­nico; pese a ello, se regis­tró un grado increí­ble­mente ínfimo de bajas: 30 muer­tos y 105 heri­dos. Como con­tra­par­tida, les pro­vo­ca­mos al enemigo el más alto número de muer­tos: aun­que no lo reco­no­cen ofi­cial­mente, en la zona donde peleó el BIM 5 los bri­tá­ni­cos per­die­ron 359 hom­bres. ¿De dónde saco esa cifra? Ellos mis­mos me la dijeron.

De los 74 días que pasa­mos en Mal­vi­nas, 44 reci­bi­mos fuego per­ma­nente sin poder res­pon­der. Sólo los 4 ó 5 últi­mos días fue­ron de real com­bate para noso­tros. Recuerdo un momento del último día, el 14 de junio, a las 10 y media de la mañana. Era un momento muy crí­tico. Nos está­ba­mos reple­gando sobre Sap­per Hill, desde Tum­ble­down y Williams. Veo que el segundo coman­dante, Daniel Ponce, capi­tán de fra­gata, cae, ago­tado, ren­dido. El fue un segundo coman­dante per­fecto, un ejem­plo. Cuando cae, dos cons­crip­tos van a auxi­liarlo. No estaba herido. Estaba ago­tado, no podía más. Ponce ordena a los cons­crip­tos que lo dejen. Ellos le dicen: “Si hay que morir, mori­mos los tres”. Lo ayu­da­ron, lo levan­ta­ron, lo lle­va­ron y los tres salie­ron con vida. A esto yo le llamo cohesión.

Todos sabían lo que esta­ban haciendo. Me con­mo­vió la entrega del sub­te­niente Silva, del Ejér­cito, que se incor­poró a mi uni­dad cuando se replegó el Regi­miento 4. Silva era un valiente. Vino y me dijo que lo des­ti­nara en el lugar donde se iba a luchar más dura­mente. Fue a Tum­ble­down. Murió con sus 4 sol­da­dos, peleando con la mayor bra­vura. Allí esta­ban los esco­ce­ses (muy bue­nos, como los para­cai­dis­tas ingle­ses) y los famo­sos gurkhas, que eran pura pro­pa­ganda. Caían como mos­cas. Tam­bién recuerdo a un cons­cripto que des­obe­de­ció mis órde­nes. En un momento del com­bate en que los bri­tá­ni­cos eran recha­za­dos, él corrió detrás de ellos, baleán­do­los sin parar. Yo le ordené que se detu­viera. Pero él siguió. El fuego enemigo lo alcanzó y cayó muerto. Yo mismo lo ente­rré, estaba a 500 metros delante de las posi­cio­nes en que debía estar y rodeado de enemi­gos muer­tos. Actos de arrojo así hubo a mon­to­nes, aun­que no por des­obe­de­cer mis órdenes.

Yo no soy ni bravo, ni valiente, ni nada por el estilo. Soy un hom­bre común. Tengo miedo cuando cruzo la calle. Pero en Mal­vi­nas no pude tener miedo. No pude tenerlo por­que creo que Dios no me dejó tenerlo, y la preo­cu­pa­ción por mis hom­bres, su entrega, obvia­mente no me podían per­mi­tir el pri­vi­le­gio de tener miedo.

Sí sentí amar­gura. Ha sido la más grande amar­gura de mi vida, en dos momen­tos crí­ti­cos: uno, cuando tuve que orde­nar el inicio del replie­gue hacia Sap­per Hill; y el segundo, terri­ble, cuando entró mi bata­llón, des­fi­lando, armas al hom­bro, entero, a Puerto Argen­tino. Eso sig­ni­fi­caba la ren­di­ción. Ahí aflojé. Más de uno me habrá visto llorar.

A las 3 de la madru­gada del 14 de junio hici­mos uno de los con­tra­ata­ques más inten­sos con­tra el enemigo, en Tum­ble­down, junto con la com­pa­ñía de Ejér­cito del mayor Jai­met. Ellos son los que cho­ca­ron con los famo­sos gurkhas.

Los nues­tros eran más o menos 150 hom­bres. Ellos eran entre 800 y 1.000. Allí con­cen­tré fuego de la arti­lle­ría del Ejér­cito (de los gru­pos 3 y 4, que me apo­ya­ron indis­cri­mi­na­da­mente, con el coro­nel Balza y el coro­nel Que­vedo). Según me contó luego el gene­ral inglés Wil­son, de la Quinta Bri­gada –con quien con­versé cuando estuve pri­sio­nero– allí sólo quedó un ter­cio en pie. Los barri­mos. Aun­que ahora lo nie­guen, fue así.

Todo un regi­miento de ellos cho­caba con­tra 60 u 80 hom­bres míos, y los baja­mos sin asco, y los para­mos. Una de las pre­gun­tas que me hicie­ron fue por qué no había con­tra­ata­cado, si les había­mos que­brado el ata­que. Yo tenía a la com­pa­ñía Mar lista para el con­tra­ata­que. Pero la reali­dad es que, cuando podía­mos hacerlo, ya no tenía­mos muni­ción. Por otra parte, había lle­gado la orden de replie­gue. Sobre nues­tras posi­cio­nes caían mil pro­yec­ti­les de obu­ses por hora, ade­más del bom­bar­deo naval, más los avio­nes y los heli­cóp­te­ros. Era tre­mendo. Así y todo, podía­mos haber con­tra­ata­cado, de haber tenido un poco de muni­ción. Pero no hubiera cam­biado el curso de la bata­lla. La suerte estaba echada.

Claro: los ingle­ses no sabían mi situa­ción real. Espe­ra­ban el con­tra­ata­que nues­tro. Reza­ban, me dije­ron, para que no con­tra­ata­cá­ra­mos. Pero. ¿Con qué?… Cuando les conté que noso­tros éramos un bata­llón, no lo podían creer. Tam­bién recuerdo que, en el momento de deci­dir el con­tra­ata­que, llamé a los ofi­cia­les de mi Estado Mayor y les conté mi plan. Tomé la carta e hice un esbozo de las órde­nes. Ellos se mira­ron entre sí. No decían nada. Cumplieron.

Pero des­pués del 14 de junio, a mí me había que­dado una duda: ¿por qué se mira­ron entre ellos? Un día se los pre­gunté. Me dije­ron que pen­sa­ban que yo estaba loco. Enton­ces, una vez que pasa­ron las cosas y ter­minó, yo seguí pre­gun­tando: ¿Y uste­des qué hubie­ran hecho, aún así? ‘Hubié­ra­mos cum­plido la orden. Punto’.“Eso era el BIM 5. Eso es lo que vale. La con­fianza. Pero qui­siera des­ta­car que en Mal­vi­nas cada uno luchó con lo que pudo, y con lo que tuvo. Por cada uno de noso­tros caían seis o siete de ellos. Ahora ya saben que no les tene­mos miedo, que no somos indios y que sus sol­da­dos no van a venir de pic-nic.”

Fuente: Urgente 24

Autor: Jorge Héctor Santos

2 comentarios:

Anónimo dijo...

salud a todos los combatientes de malvinas, espero que los más chicos sepan recordar a los héroes que dejaron su vida por nuestra bandera y a los que volvieron les demos un mejor lugar en esta argentina.

Pablo dijo...

Gracias Juliano. Tuve el honor de conocerlo personalmente y debo decir que era un verdadero soldado. Su primera preocupación era su gente que estaba a su mando.
Abrazo