Todo el andamiaje ético y argumental desarrollado por el kirchnerismo para sostener su edificio político ideológico está soportando una conmoción sistémica. Los velos descorridos dejando ver la inmoral utilización de la bandera de los derechos humanos para hechos de corrupción de una cuantiosa dimensión económica no son sólo un traspié aislado de algún descarriado militante.
Diversas informaciones, de fuentes varias, han permitido conocer que estos hechos eran conocidos no sólo por Hebe de Bonafini, sino por la propia presidenta de la Nación, que en repetidas oportunidades en los últimos años le requirió a la presidenta de la Fundación el alejamiento del descalificado “hijo” putativo de las funciones desempeñadas en la entidad, llevando a su conocimiento los informes que sobre el tema recibía de los organismos de información del Estado.
Nada hizo Bonafini, pero tampoco nada hizo la presidenta. En un país que atormentó a un ex presidente por la lejana sospecha de que podría haber estado en conocimiento de un presunto hecho de corrupción no probado sobre varios Senadores para obtener la eventual sanción de una ley, este nuevo episodio no pasará desapercibido ni quedará en el olvido.
Cuando avance la causa y se compruebe que la presidenta conocía el tema y no actuó, su responsabilidad por el desfalco económico será tan fuerte como lo es hoy su responsabilidad por el desfalco político y la burla a principios que los argentinos sentimos en nuestras convicciones más profundas, único saldo que podríamos calificar de “positivo” de los sufrimientos de los años de plomo.
Porque el principal desfalco es el ético. La sensación de humillación, de burla a la confianza y de indiferencia –cuando no de complicidad e intento de encubrimiento- por la magnitud de la traición.
¿Son ellos los que acusaron al menemismo de traicionar las banderas peronistas en los 90? ¿Son los mismos que demonizaron a Duhalde, que los había sacado de su lejano desconocimiento, en una desagradecida e interesada maniobra?
¿Fueron ellos los que se llenaron la boca con hipócritas acusaciones descalificantes por la presunta “traición de Cobos”, llevando al país al borde de un enfrentamiento fraticida, nada más que porque impidió una mega defraudación de la que serían beneficiarios?
Hoy se acerca el final, sólo demorado por los efectos narcotizante de un recalentamiento inflacionario y la euforia consumista, que sin embargo no alcanza a quienes creyeron sinceramente en la honestidad del mensaje justiciero.
Es curioso, pero innegable. Ni Skanska, ni el bolso de Micelli, ni la valija de Antonioni, ni los casinos de Kirchner y López, ni los sobreprecios de autopistas y gasoductos, ni los negociados con la importación de gasoil de Venezuela y gas de Bolivia, ni la confiscación de los ahorros previsionales, ni el saqueo de las reservas del Central, ni la inflación creciente, ni el gigantesco enriquecimiento injustificado de la pareja presidencial, que en dinero significan infinitamente más, ha golpeado tanto a la conciencia de los argentinos y al prestigio del gobierno como el desfalco de la Fundación de Madres de Plaza de Mayo.
Es que no ha sido sólo un desfalco con contenido exclusivamente económico, sino a la confianza colectiva y sincera en un discurso ético, el que relativizaba la condena a todo lo anterior con una aparente justificación de fondo.
El sistema K ha empezado a desmoronarse. Y aunque su derrumbe no será abrupto, como sí lo fue la pérdida de confianza de los argentinos honestos en su mensaje aparentemente justiciero, su final ya comenzó.
Este final avanzará al compás del acercamiento de la crisis producida por el aumento del endeudamiento, el desboque inflacionario, la destrucción del Estado y el irresponsable jubileo consumista financiado por el saqueo de las jubilaciones, de las reservas y lo más dinámico de la producción nacional. Con la llegada de la nueva crisis implosionará el inviable “modelo” que sirvió para enriquecer a los cortesanos.
Pero el inicio del derrumbe es ahora, al quedar al descubierto la hipocresía del discurso mayor de vestir con laureles épicos lo que no ha sido otra cosa que una inteligente utilización de las mejores aspiraciones de los argentinos de vivir en un país sin impunidad, para esconder tras ellas uno de los regímenes más corruptos e inescrupulosos de la historia nacional.
1 comentario:
Es el análisis mas claro y razonable que me da esperanza para que esta pesadilla se termine de una vez!
Saludos confiados!
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